Fuego y viento: descubriendo el corazón rural de Lanzarote
En el campo de esta isla hay mucha verdad. Pensamos esto frente a unos jardines negros que la gente de Lanzarote diseñó con las cenizas que arrojó el volcán, en el mismo siglo que construyeron nuestro alojamiento: el XVIII. Ahí fuera nos espera un ecosistema inaudito, una cultura agrícola de la que tenemos mucho que aprender.
El sol de esta mañana de octubre es tibio y reconfortante. Mordemos una tostada de pan untada con aceite picual de la isla y un tomate chico, pequeñito, muy dulce. También hay yogur de cabra, miel, queso, huevos de gallinas felices, criadas aire libre, y un surtido de mermeladas de higo, calabaza y fresa.
Así empieza el día en uno de los detallistas y bien conservados alojamientos rurales de Lanzarote.
Molinas y molinos: amigo viento
Los vientos alisios insisten, persisten, doblan ramas, juegan con el cabello y hasta hace unas décadas eran la fuerza que movía las aspas de los molinos donde se hacía la molienda del grano para elaborar gofio.
Emprendemos una ruta para ver molinos de viento (de aspas), molinas de fuego (a motor) y molinos de agua (los que bombean agua del océano hasta las salinas donde cristaliza la sal):
- El molino de Tiagua, en pie desde el siglo XVIII, restaurado recientemente, con impresionantes aspas, de momento sin velas de lona.
- La molina de José María Gil, en San Bartolomé: una torre de tres pisos con base circular, construida en el siglo XIX con piedra, barro y cal. Hoy está motorizada y en funcionamiento. Al concluir la visita guiada, compramos deliciosos mantecados de canela y un paquetito de gofio de millo (maíz), trigo, cebada y garbanzo local molido in situ.
- El molino del Jardín de Cactus, en lo alto de una loma: uno de los tres que existían en el pueblo de Guatiza, con su capacete de chapas de zinc rojo teja.
- Las pequeñas molinas salineras de Janubio, en un entorno privilegiado para ver la puesta de sol: unos cocederos de sal que parecen una paleta de maquillaje.
La agricultura del desierto
En Lanzarote podemos ver en acción una agricultura de secano radicalmente singular que reúne todas las prácticas que la comunidad científica está recomendando al mundo para que se adapte al cambio climático:
- Los hoyos de La Geria. Diseñados después de la erupción de Timanfaya, para aprovechar la capacidad que tiene la arena volcánica de captar la poca agua que tiene la isla y conservarla, además de fertilizar el barro que yace más abajo. Aquí se crían algunas de las parras que se convierten luego en los exquisitos vinos de la Denominación de Origen Lanzarote.
- Los enarenados. Parcelas de tierra cultivable sobre las que se echó la ceniza del volcán, cuando se dieron cuenta de sus beneficiosas propiedades. Cebolla, papa, millo, sandía… Son muchos los cultivos que prosperan en esta tierra agradecida.
- El jable. Un río de arena orgánica, formado por conchas de moluscos, algas y esqueletos de diminutos organismos marinos, que tiene similares propiedades que la arena volcánica. De fama internacional son sus batatas.
- Las huertas de tuneras. En la comarca Guatiza-Mala, las tuneras (nopales) se infectan con cochinilla. Tras un laborioso trabajo artesanal, se cosechan los insectos para aprovechar su carmín, un colorante natural brillante, duradero y respetuoso con el medio natural, usado en la industria de la moda, la cosmética y la alimentación. El nopal es el producto estrella del restaurante del Jardín de Cactus: allí catamos unos nopalitos tiernos en aceite de oliva, una hamburguesa de cactus y una croqueta melosa de esta planta.
Museos rurales: tradición y raíz
¿Cómo se vivía en un caserío lanzaroteño en 1845? ¿Qué aperos eran indispensables para la vida en una explotación agrícola decimonónica? El Museo Agrícola El Patio es un viaje al pasado donde encontraremos elementos adaptados a los suelos y el clima de Lanzarote que siguen usándose para labrar la tierra.
El Museo Etnográfico Tanit se ubica en la antigua bodega Las Vegas (trescientos años la contemplan), en una casona del siglo XVIII. Sus fondos incluyen vestimentas, utensilios de la vida cotidiana, ídolos y una amplia colección de objetos que demuestran las grandes dosis de ingenio y adaptación que la población de Lanzarote ha demostrado a lo largo de su historia.
En la finca ecológica de Lanzaloe, en Órzola, aprendemos que el aloe verá necesita un terreno arenoso, a ser posible con una inclinación de treinta grados y poca humedad. Cuando la planta es adulta, cortan las hojas más próximas al tronco, las cepillan, lavan, despuntan, pelan y trituran para obtener la pulpa con la que esta empresa local fabrica una gama de cosméticos sostenibles y respetuosos con el medio natural lanzaroteño de donde proceden.
También en los cinco museos que Aloe Plus tiene repartidos por la isla podemos aprender más detalles sobre la historia de este cultivo y sus propiedades.
Acabamos nuestro recorrido por estos centros etnográficos en La Geria, en el Museo del Vino de Bodegas El Grifo, la más antigua de Canarias (1775), que reúne quinientas piezas relacionadas con la historia del vino de Lanzarote.
Cenamos un potaje de lentejas menudas de la isla y un vaso de vino. Y se nos vienen a la cabeza unos versos de Alberti:
“Y al mar fue y le dio un nombre y un apellido el viento
y las nubes un cuerpo
y un alma el fuego”
Lanzarote. 🖤