La belleza del sentido común: 365 días para celebrar a César Manrique
El tiza. El hueso. El roto. Hay muchos tipos de blanco y ninguno incide tanto en los ojos como el de Lanzarote. Para encontrar a los responsables de esta luminosidad habría que viajar al pasado. A falta de máquina del tiempo, bueno es explorar las raíces que inspiraron la extraordinaria obra de César Manrique.
Todos los días tienen un poco de 24 de abril.
Sucede que celebrar el cumpleaños del artista que transformó Lanzarote también significa festejar la arquitectura funcional y genialmente adaptada al medio que heredamos de aquellas mujeres y aquellos hombres que se labraron una existencia contra viento, sequía y lava.
Observación del medio. Adecuación. Sabiduría. Mimo y pulcritud. ¿Quién da más?
La naturaleza: adaptarse o morir
Corrían desbocados los años 60 cuando un grupo comandado por César Manrique recorría en coche la isla inventariando chimeneas, muros y jardines de rofe negrísimo que rivalizaban en serenidad zen con sus antípodas niponas.
La excursión hacía altos en función de los gritos entusiastas del artista, que observaba de repente una vivienda campesina y quería visitarla de inmediato para halagar el gusto, muy didácticamente, a sus sorprendidos moradores.
Fotografía de Fachico
Todas aquellas joyas las guardó César en su retina y en el libro Arquitectura inédita editado en 1974 y que reúne fotografías, textos y poemas sobre la construcción vernácula lanzaroteña:
- Muros anchos y ciegos de ventanas para resguardarse del viento.
- Viviendas hechas con materiales del entorno: piedra volcánica o cantos aglutinados con barro.
- Casas enjalbegadas con cal, un material barato, de aplicación sencilla, que rebota la radiación solar y lo suficientemente limpio para ser aplicado sobre superficies por donde la valiosísima agua de lluvia debía correr y almacenarse en un imprescindible aljibe.
Todos estos elementos están “llenos de sabiduría y sentido”, decía César. Porque fueron aprendidos con “la experiencia de siglos de observación”, entendiendo el clima, la latitud y los vientos dominantes de esta tierra que a veces, de tan increíble, parece el campo de juegos de un niño gigante.
Arte y territorio
“Haber nacido en esta quemada geología de cenizas, en medio del Atlántico, condiciona a cualquier ser medianamente sensible”, escribió Manrique.
La frase está cargada de lógica y su verdad puede verse en el gesto de cualquier isleño cuando regresa de cualquier territorio interior y se baña de nuevo en estas aguas. Regocijo. Frenesí. ¡Paz!
César jugó durante su vida, enamorado perdidamente de la naturaleza que lo rodeaba. Algas, burgaos, esponjas, burbujas de espuma marina, rocas, callaos, conchas de formas barrocas, volcanes de colores imposibles y formas primitivas… Su sensibilidad estética le hizo ver más allá. En la naturaleza lanzaroteña encontró primero ingredientes para sus juegos y luego, respuestas a sus preguntas.
Este escenario de arena, salitre y fuego “ha rodeado mi infancia y se ha manifestado en toda mi plástica, con gran libertad de expresión como la misma y brutal superficie de la isla”.
Si en algún sitio podemos apreciarlo es en la obra pública que construyó junto al equipo de los Centros de Arte, Cultura y Turismo de Lanzarote, donde brilla:
- La integración y adaptación al medio (“paisaje y arquitectura pueden ser una sola cosa cuando está adaptada perfectamente a la tierra”, decía).
- Las soluciones plásticas y orgánicas que propone para los espacios, inspiradas en la naturaleza y concebidas como obras escultóricas: de los pasamanos a las lámparas, pasando por las puertas de los baños.
Aquellas construcciones domésticas, crecidas a base de módulos como las piezas de un puzzle que César tanto admiraba las dibujó admirablemente Santiago Alemán en una obra de arte llamada Lanzarote, arquitectura tradicional.
Estos inventarios fueron una base fundamental para la obra pública que César realizó en Lanzarote, intersectando la naturaleza y el arte.
El Mirador del Río se inauguró en 1973. Incrustado en los acantilados de Famara, fue un examen sobresaliente: la verificación de que el ser humano podía dialogar con el medio natural sin gritarle, respetando su esencia y al mismo tiempo consiguiendo un espacio artístico y funcional para la economía turística.
Años antes, la Casa Museo del Campesino con su balcón, su chimenea, sus cubiertas a cuatro aguas y su carpintería de madera verde. En 1970, dirigió la creación del restaurante El Diablo. La estética pop (esas sartenes reconvertidas en preciosas lámparas) quedó reducida al interior. En el exterior, nada que pueda distraer la vista de los campos de lava: únicamente un tronco seco y el esqueleto de un dromedario. ¿Se puede decir más con menos? El paisaje habla por sí solo.
“¿Es de Manrique, verdad?”
Muy pocos artistas consiguen ser reconocidos de un simple vistazo. Manrique lo logra cada vez que un viajero, sin saberlo, aprecia que está paseándose por una obra suya. “Esto es de Manrique, ¿no?”.
Todas ellas tienen un aire redondo que converge en la naturaleza. Provocan una sensación de mimo del entorno, de consciencia y de raíz. Pero al mismo tiempo están empapadas de modernidad contemporáneo, del land art y de pop brillante.
Son profundamente de aquí, sólo podrían estar aquí, pero conversan con el ancho mundo.
Quizás sea en Jameos del Agua donde César aceleró su creatividad pisando a fondo, acompañado por un equipo de creadores, artistas y artesanos sin cuyas aportaciones aquel sueño hubiera sido imposible. ¿Es posible respetar la geología, conectar con la tradición cultural de la isla y crear un espacio para el disfrute operístico de los sentidos? Sí, se puede.
Manrique se alejó de maquillajes, cáscaras y estándares turísticos. Amó y puso en valor los molinos, las canteras, la flora, los volcanes y los riscos. Convirtió la Fortaleza del Hambre, denominada así por las penurias que pasábamos a mediados del siglo XVIII durante su construcción, en un castillo dedicado al arte contemporáneo.
Transformó una antigua cantería de Guatiza, utilizada como vertedero popular, en un jardín con más de 600 especies de plantas adaptadas al severo régimen pluviométrico de Lanzarote.
César nunca completó sus estudios de Arquitectura pero su formación en la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid y ese binomio, irrompible, irresistible, que creó entre el arte y la naturaleza lo convirtió en un creador esencial de multitud de espacios que hoy admiramos y vivimos en Lanzarote.
“Manrique tenía una especial intuición para crear ambientes únicos y elocuentes combinando arquitectura, artes plásticas y paisajismo”, dice la fundación que custodia y divulga su legado.
Trató su arquitectura como una obra plástica cimentada siempre en los pilares del paisaje. Consiguió con toda naturalidad que los conceptos de arquitectura realizados por los campesinos de Lanzarote fueran recogidos en la exposición Arquitectura sin arquitectos, del Museo de Arte Moderno de Nueva York (1964).
César está en los hornos, en los palomares, en los patios, en los lagares, en los hoyos de La Geria, junto a todos los que exploran la isla a pie, despacio, y quieren saber el nombre los vientos y reconocer la semilla de una higuera.
Lanzarote encierra en cada poro de su basalto antiguo a César y a todos los que aman la naturaleza de esta isla hermosa, compleja, transformadora y radicalmente fascinante.