La Graciosa, la isla para disfrutar con los pies descalzos
Liberamos los pies de las playeras. Los hundimos en la arena fresca y el efecto es inmediato: se nos destensan los trapecios, el olfato se nos afila, huele a salitre, a algas, a escamas de pescado fresco. Nos apetecían unas Navidades diferentes y estamos en el sitio perfecto. ¿Te vienes?
Diciembre. Nieva en el norte de la Península y en esta pequeña isla subtropical, a media hora en ferry de Lanzarote, brilla el sol y el viento hace sonar los aparejos de los barcos fondeados en el puerto como un atrapasueños.
Hemos alquilado un pequeño apartamento en Caleta del Sebo y un par de bicicletas para recorrer la isla pedaleando.
No descartamos ponernos un gorro de Papá Noel e ir cantando villancicos por el camino.
Nos hemos hecho con un cargamento de mantecados de canela en la Molina de José María Gil y aquí comparemos truchas de batata, un dulce navideño con forma de empanada, relleno de una deliciosa masa de boniato. Un mordisco te recompone la vida.
La isla es pequeñita, no llega a los 30 km2, pero está llena de vida por todas partes.
La gente acude por las tardes a casa de unos vecinos gracioseros, Pepín y Fina, para ver su Portal de Belén, instalado en una de las habitaciones de su casa. Es un nacimiento particular, pero tan bonito y esmerado, que se ha convertido en un acontecimiento para todo el pueblo, que va a visitarlo por las tardes.
Estamos en un paraíso de biodiversidad, en una Reserva Marina que derrocha vida bajo el mar y sobre la superficie.
La actividad pesquera está en el ADN de los gracioseros. Están hechos de mar.
Su entretenimiento, su trabajo, sus peligros, sus pasiones y su gastronomía tienen su origen en el océano. Aquí aún se jarean (secan) los pescados, tendiéndolos en unas liñas (cuerdas) como si fueran trapos. Se pesca, se bucea, se navega, se marisquea, siempre dentro del orden y la cantidad que establece la ley, hecha para controlar el equilibrio del ecosistema marino.
Nuestra primera comida graciosera es, por recomendación de un buen amigo, un plato de lapas y una cazuela de cherne con escaldón de gofio, regado con una botella de vino Denominación de Origen Lanzarote. El menú lleva las raíces culturales de la isla: sencillez, aprovechamiento, sabor, salud, aporte nutricional. Sabe a mar y a campo. Es como comerse un trocito de isla.
Vamos a quedarnos diez hermosos días, así que no tenemos ninguna prisa. Alargamos la sobremesa mientras echamos un ojo al programa de Navidad. Nos gustaría pasearnos por la isla como si fuéramos los familiares de un graciosero. En realidad, así nos hacen sentir. Si un graciosero detecta el más mínimo indicio de curiosidad y respeto por su territorio, te harán sentir como en casa. Son unos anfitriones increíbles.
Al lío: nos apuntamos la actuación de la asociación folklórica Gaida (sábado 18), el rastro solidario (domingo 26), la cabalgata de los Reyes Magos y un taller para aprender a hacer roseta, una bellísima artesanía tradicional que en los años 50 del siglo pasado constituyó toda una industria. Es hipnótico ver cómo el hilo y la aguja dibujan geometrías inspiradas en la naturaleza.
Nos han advertido que no debemos salir nunca de las veredas marcadas, porque podríamos destrozar nidos de aves protegidas o fastidiar alguna de las muchísimas plantas endémicas que crecen única y exclusivamente en esta parte del mundo. Anotado.
Queremos contemplar, no destrozar. Conservar este patrimonio es responsabilidad de toda la gente que lo disfruta.
Hoy hemos ido a la Playa de las Conchas: son siete kilómetros de paseo en bici, que merecen muchísimo el esfuerzo porque es el lugar más paradisíaco que hayamos pisado jamás. Es fácil sentirse aquí en otro siglo y pensar que a la vuelta de un volcán, va a asomar la proa de uno de aquellos barcos piratas que recalaban aquí para reparar averías y hacer malamente su aguada.
Con prismáticos y tiempo, aquí se pueden ver aves increíbles. Siete especies de bellísimas aves marinas nidifican en La Graciosa: halcones, paíños, petreles, águilas pescadoras… Verlas significa comprender nuestro lugar en el mundo.
Pensamos en todo esto mientras reservamos una excursión en catamarán que nos permitirá ver la isla desde el mar. Estamos tomando un café, sentados frente al Risco de Famara, un acantilado de 600 metros que se encuentra en la otra orilla, en Lanzarote, frente a nosotros. Nos parece increíble que por esos tortuosos caminos, subieran las mujeres gracioseras llevando sobre sus cabezas cestos de pescado para intercambiarlos por otros alimentos.
Así, cada día.
Hemos visto la fotografía en la exposición La mirada artesana, en la Casa Amarilla (Arrecife), que reúne la increíble obra del fotógrafo de Haría (Lanzarote), Javier Reyes.
Nos hace gracia pensar que haya gente que pueda decir que La Graciosa se ve en dos días. Nos levantamos pensando que ni en toda nuestra vida podríamos terminar de disfrutar de todas las historias, detalles y aventuras que encierra esta isla al norte de otra isla, al sur de otro par de islotes.
Nos vamos a buscar un sombrero graciosero y a hacer nuestra compra navideña. Esta Nochebuena brindaremos con caldos de la tierra y comeremos lo que nos provean en el pueblo.
¡Feliz Navidad!
Cuídense mucho y, si tienen oportunidad, visiten La Graciosa.
Es un regalo que uno se lleva consigo toda la vida.