‘Las Calmas’: cuando el viento calla y la fotogenia de Lanzarote alcanza su cima
Ni Spark AR Studio, ni el mejor director de fotografía del planeta pueden replicarlo. Cielos limpios y azules. Atardeceres de otra galaxia. Brisas vaporosas. Vamos a llamarlo ‘filtro Lanzarote’.
A veces ocurre el 1 de septiembre, con exactitud de reloj suizo. A veces el momento se retrasa. En otoño, invariablemente, una suerte de capa mágica envuelve Lanzarote. A este periodo le llamamos ‘las calmas’ y no es más que el feliz resultado de la debilitación de los alisios y de un cambio en la inclinación del eje de la Tierra respecto al Sol.
Los vientos húmedos y frescos que soplan desde el norte y el noreste se apaciguan. ¿Por qué? Por la proximidad del anticiclón de las Azores, el único responsable de que el alisio suspire más o menos fuerte.
No vamos a detenernos en detalles meteorológicos, pero te gustará saber que durante tu visita a Lanzarote encontrarás la temperatura del mar más cálida de todo el año.
La paleta de los colores imposibles
Las partículas de luz que impactan en nuestra retina NO tienen color. “Lo que vemos no es lo que es, sino lo que nuestro cerebro nos dice que es”, dice el periodista y divulgador británico Bill Bryson.
Bueno, ya sea producto de la longitud de onda de los colores volcánicos, ya sea cosa de los millones de células que tenemos en los ojos, el caso es que el mes de septiembre en Lanzarote significa mucho más que la vuelta al cole o el inicio de las responsabilidades laborales. Los lanzaroteños suelen llamar al noveno mes del año“el verano de los de aquí” porque sólo los habitantes (o los viajeros frecuentes) saben que las famosas calmas de Lanzarote son el pistoletazo de salida de dos meses particularmente extraordinarios para:
Las sesiones fotográficas en exteriores
Las cenas en las terrazas
Los baños a cualquier hora del día
La lectura en la playa
Los espectáculos en directo, al aire libre
“Vivir en un sueño”
¿Quién sabe el lienzo que hubieran pintado Joaquín Sorolla o John Turner si se hubiesen paseado por La Geria durante un atardecer del otoño? Quizás hoy se exhibirían en el Museo de Bellas Artes de Valencia o en la Real Academia de Artes de Londres.
Aquellos paisajistas no vieron arder Montaña Colorada, ni llenarse los hoyos y las parras de luz ambarina, pero sí lo hizo César Manrique, plasmando los colores, las texturas y las tierras volcánicas en su obra pictórica. Él mismo llevaba consigo una luminosidad contagiosa que el escritor Juan Cruz definió así de bien: “César era como un conmutador de la luz, te hacía vivir en un sueño”.
Algo parecido, ciertamente onírico, ocurre cuando caminamos, pedaleamos o miramos por la ventanilla del coche a la caída del sol, en el otoño de Lanzarote. A veces, antes de que lleguen Las Calmas, las suaves y onduladas montañetas de la isla se cubren con una boina. Son nubes formadas por la humedad de esos alisios, prestos y dispuestos a abandonarnos.
Ya con la bonanza encima, el mar de Lanzarote se convierte en un plato, libre de sus habituales crestas y ondulaciones. El viento se transforma en una brisa leve, ligera, que juega con los mechones de pelo y las hojas de las palmeras sin despeinarlas. Parece que el tiempo se detenga. ¿Quién le ha dado al botón de ‘pausa’?
El hechizo #Lanzarote
La etiqueta #Lanzarote tiene más de 64 millones de visualizaciones en Tik Tok y reúne casi 3 millones de publicaciones en Instagram. La isla es uno de los escenarios que más enganchan a los usuarios de estas dos redes sociales, donde encontramos coreografías en el mar, timelapses de nubes, piscinas naturales a vista de dron, fotos en medio de una carretera solitaria flanqueada por la lava, selfies en el Charco de San Ginés, tomas submarinas o espectaculares gamas de rojos en los mares de cenizas de Timanfaya.
“Que puedan nacer imaginaciones de estas en las simples montañas de Lanzarote me lleva a pensar en los fantasmas que sin duda encantan la mente de los alpinistas en serio cuando se aproximan a la frontera entre el mundo de la tierra y el mundo del aire”. Así escribía José Saramago en Cuadernos de Lanzarote. El Nobel de Literatura convirtió la isla en su hogar desde 1990.
Singular, marciano, turbador, inspirador… Hay que excavar en la memoria para encontrar nuevos adjetivos que consigan transmitir el embrujo que causa el paisaje de Lanzarote y que el otoño potencia de manera abrumadora.
El sol del otoño se suaviza, el mar se atempera, el viento decide dejar de gritar. Todo confabula para que sea más audible el canto del zarapito trinador, que suele protagonizar delicados vuelos rasantes sobre los charcos que la marea deja a la vista cuando baja.
¿Cuaderno y boli? ¿Equipo fotográfico de última generación? ¿Acuarelas? ¿La nada absoluta? Elige las herramientas que quieras, pero ven a vivir el otoño en Lanzarote.
Es un momento único para encontrar tu luz propia. 🙂