Miradores de Lanzarote para encontrarse al atardecer
¿Qué tiene el ocaso que nos hipnotiza tanto? Será el fuego que dibuja el sol en el cielo cada vez que se acuesta. Será que en un territorio tan chato y tan rodeado de mar como Lanzarote, el horizonte parece casi casi al alcance de la mano.
Lo ideal es el silencio o el runrún de nuestros propios pensamientos. Sin colas de gente para hacerse la foto perfecta en el lugar perfecto a la hora perfecta.
En Lanzarote no es difícil encontrar estos lugares: miradores donde extraviar la mirada y tener ese momento de intimidad y reseteo mental que necesitamos al menos cada 24 horas.
La marina de Arrecife y sus dos castillos
Ningún atardecer es igual al anterior. El sol amarillea, juega a ser naranja, rosa, fucsia y malva, reflejándose en las nubes dispersas, en el espejo de la bahía y en los ventanales de las casas.
Nos sentamos en el murito de la Playa del Reducto. Por curiosidad, consultamos en Google la hora del atardecer en otoño: las 19:15 horas. Qué rápido pasan esos últimos minutos de luz solar. Qué urgencia tiene la noche en tomar el relevo al día. Qué bonito lo hace.
Desde el Museo Internacional de Arte Contemporáneo-Castillo de San José, la estampa tiene aires portuarios. Desde el Castillo de San Gabriel, en los islotes, podremos además escuchar el canto del zarapito trinador.
El Río, Guinate, El Bosquecillo, Famara
El Risco de Famara nos ofrece varios sitios donde pararnos a contemplar. César Manrique camufló un mirador en la mismísima roca del acantilado, allí donde antes existieron unas baterías militares de la Guerra Civil. Hasta las cinco de la tarde podemos disfrutar del impresionante espectáculo de diseño interior, luego dar una vuelta por los Guinate y Yé, y regresar para ver la puesta de sol frente al Archipiélago Chinijo.
Muy cerca, el Mirador de Guinate nos muestra otra panorámica desde el mismo Risco, que tiene 25 kilómetros de longitud y una altura que oscila entre los 400 y los 600 metros. El viento, el rumor del océano, la pared vertical salpicada de vegetación endémica… Belleza en estado puro.
Hay quien prefiere contemplar el ocaso a nivel del mar. Un momento ideal es cuando la pleamar coincide con la caída de la noche, entonces la arena de la salvaje playa de Famara refleja los tonos iridiscentes de la estrella que nos da la vida.
Malpaís, Jameos y el nuevo Mirador de Malpaso
Ideado por César en 1966, el Mirador de Malpaso es una sorpresa mayúscula detrás de una curva, en un pequeño puerto de montaña. Recientemente intervenido, es un trampolín visual hacia el palmeral de Haría y el valle de Temisa. La visita hay que hacerla de día, aprovechando el microbús que conecta la Biblioteca de Haría con el Mirador, los viernes, los sábados y los domingos, de 11:00 a 15:00.
El aparcamiento del mirador es pequeño y está prohibido dejar el coche en los arcenes de la carretera. Lo primero es el cuidado de las personas y del medio natural: ningún atardecer, ninguna foto merece la temeridad que supone dejar un vehículo mal aparcado en este espacio.
Dar un paseo por el malpaís de La Corona es un regalo para los sentidos a cualquier hora del día, pero su encanto se multiplica cuando el día se desvanece y se deshace en luces doradas. El culmen es reservar una cena con concierto en Jameos del Agua para vivir ese escenario natural de cuento de día y de noche, dos estampas completamente distintas.
Montaña Tesa, La Geria y la avenida de Playa Honda
Caminar entre parras, higueras y olivos, escuchar el rofe crujiente bajo nuestros pies y ver cómo las sombras de las montañas se aterciopelan con la luz del atardecer es un placer inigualable. Quizás a estas horas huela a fuego y asado en los alrededores.
Las grietas de las coladas, los líquenes subrayando sus colores fosforescentes, los hoyos confesando que no son del todo negros… Puede que La Geria sea otro planeta horas antes de que llegue la noche.
En la costa de San Bartolomé, casi cualquier punto de la avenida de Playa Honda es una delicia para ver la puesta de sol mientras jugamos con la arena de la playa o nos tomamos algo en algunos de sus restaurantes.
Barranco del Quíquere y varadero de Puerto del Carmen
Sencillo, amplio y con unas vistas espectaculares, el sendero del Barranco del Quíquere conecta la costa de Mácher con Puerto Calero a través de una pista que transcurre junto al mar, brindándonos un tonificante aroma a spray marino y unas preciosas vistas de la costa.
Desde el varadero del antiguo pueblo de pescadores de La Tiñosa, en Puerto del Carmen, hoy uno de los núcleos turísticos más importantes de la isla, podemos disfrutar del atardecer viendo las embarcaciones del puerto recortarse en la luz cambiante.
Volcán del Cuervo: aquí empezó todo
Pisamos el punto exacto de Tinajo donde comenzó a fluir la lava en la erupción que vivió Lanzarote en 1730. Aquí comprendemos que la oxidación y el paso del tiempo todo lo desmenuza, todo lo cambia, todo lo cura.
Rodeados de mares de ceniza, conos alineados y formaciones rocosas surrealistas, el contraluz del atardecer convierte el Parque Natural de los Volcanes en un paréntesis espacio temporal.
Los Hervideros y un asiento en Playa Blanca
Los Hervideros hacen honor a su nombre porque el agua del Atlántico golpea, decidida y con cierta furia, la costa de Yaiza, creando nubes de espuma marina.
El agua se cuela por los agujeros y las grietas de este laberinto de roca, creando bufaderos por donde el Atlántico resopla. En frente: el sol hundiéndose más allá de la vecina Fuerteventura.
En la avenida de Playa Blanca, sentados en un banco: la misma estampa, pero más calmada, viendo los ferrys ir y venir hasta Corralejo, acariciando con la vista la silueta de la isla de Lobos.
👋 ☀️ Hasta dentro de unas horas, Sol.
Gracias por tanto.