Otoño en Lanzarote, una burbuja de relax
Sentir el cosquilleo de la arena volcánica o blanca de las playas que serpentean la costa es una de las experiencias mágicas del otoño en la Isla.
En este estado casi trascendente en el que se convierten las vacaciones otoñales en Lanzarote, no hay más remedio que hacer una inmersión total en la cultura isleña.
A estas alturas del año, cuando la rutina y el frío se han instalado en la vida de las ciudades, a poco más de dos horas de distancia unas cuantas personas privilegiadas disfrutan de la burbuja de tranquilidad que es el otoño en Lanzarote. Les invitamos a convertirse en uno de ellas y cambiar por unos días las prisas y aglomeraciones urbanas por paseos por playas de ensueño y comidas relajadas en pueblos costeros o de interior. Les aseguramos que, durante su estancia, lo último que recordarán de su antigua vida será la cola de entrada en la puerta de embarque.
Lanzarote no da tregua a la emoción. Cuando para el viento, resurge otra isla: la que habitualmente lucha contra el ímpetu de los elementos. Entre Arrecife y Puerto Calero, pasando por El Cable, La Concha, Playa Honda y Puerto del Carmen, les espera un paseo diferente, junto a un mar que baña las vidas diarias de los afortunados lanzaroteños. A cada poco, el camino ofrece calas solitarias y terrazas al mar, donde compartir café y conversación.
Una sorpresa más. A su paso por el tramo de la playa de Guacimeta, paralela a la pista del aeropuerto, es muy posible que una aeronave sobrevuele sus cabezas a escasos metros. Esta circunstancia atrae a la isla a miles de aficionados a la fotografía de aviación, que suelen apostarse con sus cámaras para lograr una perspectiva visual que se da en contados lugares del mundo.
Sentir el cosquilleo de la arena volcánica o blanca de las playas que serpentean la costa es una de las experiencias mágicas del otoño en Lanzarote. En el norte, regálense un vivificante chapuzón en el Caletón Blanco, de aguas cristalinas y arena nívea. Mézclense con los bañistas de la playa de La Garita en Arrieta o con los vecinos de Punta Mujeres, que disfrutan a diario de sus piscinas naturales. Déjense impactar por una inusualmente calmada playa de Famara, ante el descenso de deportistas en la estación menos ventosa del año.
Y, en el sur, comprueben en Papagayo cómo se hace realidad el tópico de ‘playa paradisíaca’. Entren y salgan despreocupadamente de las aguas de la Playa de las Mujeres, El Pozo o Puerto Muelas, repartidas en dos kilómetros de arenas doradas y aguas transparentes, esmeraldas o turquesas donde experimentar una total sensación de libertad y relax.
Comerse el mar y la tierra
En este estado casi trascendente en el que se convierten las vacaciones otoñales en Lanzarote no hay más remedio que hacer una inmersión total en la cultura isleña. Y, en lo que a gastronomía se refiere, esto lleva a maravillosos descubrimientos. Uno de ellos es el teleclub, el lugar de reunión por excelencia en las pequeñas poblaciones de interior, donde se sirven platos populares que son de ‘kilómetro cero’ desde hace siglos. Estamos hablando de las exquisiteces de la agricultura sostenible de la isla, algunas míticas, como los vinos de La Geria y otras por descubrir.
Por ejemplo, la lenteja de Lanzarote, la papa autóctona o la batata cultivada en jable, que es una arena marina de origen organógeno. Ante tal riqueza gastronómica, sentirán el deseo de conocer la sabiduría que hay tras su cultivo. Si esto ocurre, hablen directamente con sus productores. Es fácil encontrarlos trabajando en sus tierras en Soo, Zonzamas, Tao, Mala, Los Valles… Una visita a sus queserías artesanales y bodegas se convertirá en un preciado recuerdo de sus vacaciones.
Pero no lo olviden: se encuentran en una isla atlántica con infinitos rincones donde comer frente al mar. En la animada avenida de Playa Honda, repleta de terrazas, el bañador es bienvenido y las cartas y menús son muy marineros. Los chiringuitos y restaurantes de los pueblos costeros como Las Caletas, Playa Quemada, Órzola, El Golfo, ahora más tranquilos que de costumbre, invitan a degustar las sardinillas recién pescadas, el pulpo con mojo, las cabrillas, la vieja, las lapas, las gambas de La Santa, si hay suerte, las clacas… De postre, bienmesabe, a base de almendra y miel, y unos licores de higo o tunera o aloe vera, que terminarán de reconfortar el espíritu.
El equinoccio en la isla es un tiempo climático y cronológico apacible, que invita a disfrutar de momentos sencillos, aunque extraordinarios. Acepten la invitación. Vengan