Qué hacer este verano en La Graciosa
¿Calles de arena? ¿Vistas al océano y a un acantilado vertical de 700 metros? ¿Aguas cristalinas? ¿A tres horas de viaje desde la Península? ¿Eh, perdone usted?
Sí, La Graciosa es esa isla divina cuya existencia pones en duda cuando ves las fotos en Instagram.
Te damos 5 poderosas razones para que amanezcas en esta isla de 27 km2 que hace unos días salió en la portada del periódico The New York Times.
Rumbo a la mayor Reserva Marina de Europa
Vamos a situarnos: la isla de La Graciosa se encuentra a 30 minutos en barco de Lanzarote. Forma parte del Parque Natural del Archipiélago Chinijo y de la Reserva Marina más grande Europa. Es una joya de la biodiversidad.
Aunque no sea dulce ni manso, llamamos El Río al brazo de mar que separa la costa lanzaroteña de la graciosera. Estas aguas han sido surcadas por comerciantes, exploradores y piratas desde hace siglos.
La excursión empieza en el muelle de Órzola, un pueblo del norte de Lanzarote que conecta con La Graciosa con varios ferris. No tendrás ningún problema en organizar tu escapada graciosera porque en verano las navieras habilitan transporte cada media hora, pero lo mejor es reservar online.
El trayecto regala unas vistas privilegiadas de Punta Fariones, un monolito de lava provisto de una pequeña torre cilíndrica que señala a los barcos, con una luz de baliza blanca, el extremo más septentrional de Lanzarote.
Llegamos a la primera tierra no continental europea que pisó el famoso naturalista Humboldt. ¿Quieres explorarla con tu amigo canino? Genial, porque el ferry acepta perros tanto en cubierta como en el salón de pasaje, siempre que los lleves con correa.
La Graciosa fue reconocida como la octava isla del archipiélago canario en 2008. No está asfaltada, así que tenemos tres opciones para movernos: caminar por sus senderos, alquilar una bici o un taxi-jeep. Nunca te salgas del camino marcado: podrías estar pisando una especie protegida única en el mundo.
Senderos que terminan en calas de película
Lo mejor del senderismo graciosero es culminar el paseo en alguna de estas cuatro calas:
- La Cocina: una pequeña cala abrigada por Montaña Amarilla, un volcán que hace honor a su nombre con un sinfín de ocres, dorados y yemas que contrastan con el cinematográfico azul del agua. Tenemos la sensación de estar en el lugar más remoto y hermoso del mundo.
- La Laja (Caleta del Sebo): perfecta para un chapuzón en aguas mansas antes de comer un pescado fresquísimo en algunos de los restaurantes, a escasos metros de tu toalla. Muy cerca está la zona de acampada de la Bahía del Salado.
- La Francesa: ideal hacer snorkel o relajarte en un hinchable con las apabullantes vistas del Risco de Famara en frente.
- Las Conchas: verla desde lo alto de Montaña Bermeja (un bonito sendero) da todavía más ganas de zambullirse en sus hermosas pero peligrosas aguas (ojo con la corriente). Desde aquí tendrás una vista muy corsaria de la vecina y deshabitada isla de Alegranza.
Aprovecha para conocer la inmensa riqueza marina de estas aguas. Provisto de unas sencillas gafas de buceo y un tubo podrás ver un montón de peces cerca de la orilla. A esta placentera actividad aquí le llamamos margullar. Otra opción es alquilar un kayak o circunnavegar la isla a bordo de un catamarán que fondeará en sus sitios más privilegiados.
En La Graciosa encontrarás más de veinte spots de inmersiones para deslizarte entre cuevas, formaciones geológicas increíbles y bancos de roncadores, sargos imperiales, medregales, meros o langostas. Últimamente, el pacífico tiburón ángel frecuenta mucho las aguas gracioseras, que son perfectas para los bautismos de buceo o para hacer un curso de perfeccionamiento.
Aves, sombreras y un paisaje abrumador
Pedro Barba, a unos kilómetros de Caleta del Sebo, es hoy un recoleto núcleo de viviendas turísticas, sin ningún ruido o distracción que no sea la asombrosa vida salvaje de los charcos de la marea, los paseos panorámicos por la costa o el entretenimiento que ofrece su pequeño muelle. El poblado, que antaño albergaba una pequeña fábrica de salazones y casas de pescadores, recibe el nombre de un caballero sevillano que acudió a Lanzarote a investigar el mal gobierno que ejercía Maciot de Bethencourt, sobrino del noble normando que tenía derecho de señorío de Canarias desde 1402.
Verás a gracioseros y gracioseras, ataviados con un gorro que pudiera parecer de paja de trigo, pero que no lo es. Es el resultado de una artesanía tradicional elaborada con el corazón de la palmera (palmito). Cada vara blanca se limpia con un paño húmedo y se rasga para ser trenzada. Este minucioso trabajo, que se hereda de generación en generación, sólo puede hacerse cuando el aire viene cargado de humedad marina (maresía).
No esperes encontrar grandes cimas (la mayor altitud son los 267 metros de la Aguja Grande), pero sí un paisaje volcánico minimalista y abrumador. La vista desde la cima de Montaña Amarilla evoca piratas, magias y sentimientos fundamentales.
Meter unos prismáticos en la mochila (o el teleobjetivo de tu equipo fotográfico) es muy buena idea porque estás en una Zona de Especial Protección para las Aves. Verás alcaudones, camachuelos, paíños y petreles.
Ya lo dijo el escritor Ignacio Aldecoa en 1961: “He descubierto el paraíso”. La Graciosa es la escapada soñada, la calma para todo nervio, el paréntesis que necesitamos del mundanal ruido.
Cuídala como ella cuidará de ti. 🙂