Teguise, la historia a la sombra del Risco
Les invitamos a descubrir los diferentes rostros de la antigua capital de Lanzarote: el refugio patrimonial de su sosegado casco, la esencia agrícola de sus pueblos y el despeinado paisaje de Famara.
Los adoquines de Teguise emanan historia. Recorrer sus empedrados rincones envuelve al viajero en un aroma de siglos pasados, de cuando esta hermosa Villa (que toma su nombre de la hija del último rey aborigen Guadarfía) fue la capital de Lanzarote, hasta que en 1852 la potente actividad portuaria de Arrecife le arrebató el protagonismo.
Pero nadie vence a este municipio en el arte de mantener su esencia. Declarada conjunto arquitectónico histórico-artístico, su plaza principal se encuentra presidida por unos señoriales leones, objeto de deseo de curiosos turistas y niños aventureros.
Unas esculturas que surgieron de de las manos de una familia muy conocida, los Spínola. “Yo no sé qué tienen esos leones de mi abuelo, no sé qué es lo que de ellos emana, que sin ser obra de arte propiamente dicha las gentes a ellos se acercan, les pasan la mano por el lomo, se les quedan mirándolos y, en un impulso espontáneo, descuelgan la máquina del hombro y quedan fotografiándolos”, narraba sorprendido el escritor Leandro Perdomo Spínola.
Unos leones que custodian la Casa-Museo del Timple, que rinde justo homenaje a este pequeño instrumento de cuerda, símbolo sonoro del Archipiélago. Los artesanos de La Villa ayudaron a que se extendiera por el resto de Canarias y ahora sus luthiers mantienen este emblema de la identidad insular. Entrar en el museo es descubrir la historia de este instrumento y su proceso de fabricación, además de sorprenderse con otras curiosas guitarras tocadas en distintos puntos del planeta.
Nos marchamos de la plaza de la Constitución echando una última ojeada a la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, que se levanta orgullosa tras vencer una dilatada historia de saqueos e incendios de los fieros piratas berberiscos que intentaron derrotar la moral de los conejeros sin éxito.
Continuos ataques que fueron defendidos desde el Castillo de Santa Bárbara, una fortaleza ubicada en el Volcán de Guanapay, cuyas entrañas divulgan ahora la historia de estos asedios a través de ilustraciones de famosos piratas, maquetas de sus imponentes barcos y material didáctico para los más pequeños.
Habitualmente, la alegre invasión se produce los domingos con los puestos del famoso mercadillo. La música flota en el ambiente, entremezclándose con el bullicio de las cafeterías abarrotadas y el colorido de los artículos, que van desde delicados productos artesanos a deliciosos manjares de la tierra y souvenirs indispensables para cualquier visitante.
Cuando La Villa descansa de este trasiego, pasearla con calma se convierte en una delicia. El estilo colonial se fusiona con la arquitectura conejera de inmaculadas paredes blancas y hermosas puertas de madera verdes. ¿Nos adentramos por la calle de Los Árboles? Complicado hallar más paz que en esta pequeña y verde vía. ¿Qué aromas se cuelan entre el rumor de las hojas que se frotan por el viento? Huele a sancocho, a mojo rojo, a mantecado…
Con el estómago lleno y el alma satisfecha, nos dirigimos a uno de los tres núcleos turísticos de la Isla, Costa Teguise. Ubicado muy cerca de la capital y del aeropuerto, este enclave ofrece una gran variedad de alojamientos, así como actividades de ocio que van desde los deportes náuticos hasta el golf, pasando por un parque acuático para los más pequeños y los que ya no lo son tanto.
Podremos darnos un baño en las playas del Ancla, Las Cucharas, Bastián y Jablillo para luego ir de compras al Pueblo Marinero, de inspiración manriqueña.
Recuperamos la calma al llegar a Teseguite, donde hallamos casas dispersas repartidas a su buen entender, ocupando tímidamente una tierra perfecta para la ganadería y la agricultura. Las vegas producen cereales y cebollas, y se visten de verde cuando el cielo se digna a regar este agradecido terreno. Nos encaramamos a la ermita de San Leandro, una pequeña construcción del siglo XVII desde cuya cuidada plaza observamos las poblaciones de El Mojón y Los Valles.
Precisamente a esta última encaminamos nuestros pasos. Una hendidura en el centro de la Isla conectada con las Peñas del Chache da origen a Los Valles. por donde se desparraman las características casas blancas de una isla que busca protegerse del placentero pero ardiente sol. Estas viviendas terreras salpican ambos lados del monte que bordea un pago cuya fértil tierra es un regalo para quienes la trabajan y para quienes disfrutan de sus manjares, con las papas como seña de identidad.
Nuestro viaje por Teguise termina en lo más alto. Levantamos nuestra mirada hacia el imponente Risco de Famara, que preside una kilométrica y salvaje playa con inenarrables puestas de sol. El viento despeina la arena y da alas a los amantes del surf en todas sus variantes, que cabalgan sobre las olas con el Archipiélago Chinijo como testigo de sus habilidades.
El pueblo de La Caleta, invadido cada verano por los conejeros, conserva su encanto de tiempos pasados gracias a sus calles de arena sin asfaltar y sus construcciones primigenias sin alterar. Son muchos los fieles entregados a Famara, donde el director de cine Pedro Almodóvar no pudo evitar rodar algunas de las escenas de “Los abrazos rotos”.
¿No les apetece entregarse también? 🙂