Tras las huellas de César Manrique en Arrecife
César nació en la ribera del Charco de San Ginés en 1919 y pasó parte de su infancia en la bahía de Arrecife. Hoy visitamos el legado que dejó en la capital de Lanzarote, uno de los lugares con mayor densidad de obras manriqueñas.
Apuramos un bocadillo de corvina rebozada en la misma casa donde nos dicen que César Manrique vio la luz por primera vez. Fue también en este Puerto de Arrecife donde se instaló, 73 años después, su capilla ardiente para que la isla pudiera despedirse de su artista más universal.
Las callejuelas del centro y su arquitectura costera.
Caminamos orillados al Charco, la laguna donde César pasó la mitad de su infancia. En estas aguas mansas zambullía su imaginación cuando no estaba en Caleta de Famara. Atravesamos el callejón de Luis Hernández Fuentes, El Aguaresío, un vivo ejemplo de arquitectura costera, primorosa y sostenible, para desembocar en la Plaza de Las Palmas, el escenario de su primera intervención en el espacio público de la isla. Para esta placita diseñó un plan de embellecimiento con bancos, parterres y un jardín de pinos, palmeras, laureles de indias y una gran casuarina que hoy nos proporciona una sombra fundamental. César también ideó las grandes bolas blancas de la plaza, construidas por un colaborador fundamental de su equipo: Luis Morales.
Caminamos por las callejuelas del centro histórico hasta llegar a la Casa de Cultura Agustín de la Hoz donde pintó su primera obra mural, en 1947, siendo todavía estudiante de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Lo hizo durante una de sus frecuentes vacaciones en la isla. Nos parece que su representación del patrimonio arquitectónico y natural de la isla está lleno de modernidad.
Un paseo por el frente marítimo de Arrecife.
Cruzamos la carretera para pasear por el primer parque de Arrecife, construido en 1959, en terrenos ganados al mar y bautizados con el nombre de un ex presidente del Cabildo, amigo de la infancia y colaborador determinante de César: José Ramírez Cerdá. Aquí César firmó un refrescante parque infantil con una fuente, parterres forrados por callaos y un pavimento diseñado con lajas de volcán y franjas de césped. También concibió una tienda de artesanía, convertida hoy en un pequeño bar, y un monolito cónico de escorias volcánicas.
Hoy hay regata a radiocontrol en la marina. Las maquetas de los veleros, manejadas desde tierra firme surcan las olas y dibujan una postal hermosísima. Así llegamos a la sede de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, antiguo Parador de Turismo. En 1950 César recibe su primer encargo de envergadura: la ornamentación del primer edificio turístico de Lanzarote, de estilo neocanario. En la cafetería de aquel coqueto parador (hoy biblioteca universitaria) pintó una colorista Alegoría de la isla. Las autoridades franquistas consideraron impúdicos sus hermosos desnudos femeninos y ordenaron cubrirlos con telas pintadas. En el restaurante (hoy Aula Magna) pintó tres escenas, El viento, la pesca y la vendimia, una alabanza al titánico trabajo del campesinado, cuya supervivencia dependió (y dependerá) de la armonía con el medio natural.
Salimos a la luz del día, atravesamos el Muelle de la Pescadería y llegamos al Real Club Náutico de Arrecife, al que César estuvo vinculado desde su niñez, siendo miembro del equipo de natación. Para la cafetería del club diseñó en 1962 Anatomía para un barco, un relieve de madera y hierro que montó con elementos desguazados de viejas embarcaciones. Nos cuentan que hace cinco años fue restaurado para reparar el deterioro provocado por décadas de grasa y humo. Nos ensimismamos en su contemplación. La cabeza se nos llena de pensamientos: la reutilización, la salud de los océanos, el arte como motor del cambio…
Pero sigamos, porque la avenida está cuajada de obras manriqueñas. Desde el propio Casino (y desde cualquier punto de la marina de Arrecife) se ve un islote chato, de roca volcánica y cubos blancos. Es el Islote de Fermina, un proyecto original de César Manrique, modificado en años posteriores pero que aún conserva algunas trazas fundamentales del artista: el faro, las piscinas, los socos, el bar… Nos recuerda el Lago Martiánez de Tenerife.
Unos metros más adelante, en la rotonda frente a la playa del Reducto, se alza una escultura-homenaje al nacimiento del viento. Se llama Barlovento, pero la población la llama «Homenaje al Marino o Chatarra», porque en esta obra de 1970 César volvió a usar jallos (restos que arroja la marea en las playas), tanques de agua, botellas de vidrio, piedras volcánicas y aparejos navales. Mirarla significa recordar que Arrecife fue puerto mucho antes que ciudad.
De un «laboratorio cultural» a un ambicioso centro de arte contemporáneo.
Alquilamos una bici para completar nuestro recorrido. Pedaleamos hasta el centro insular de cultura El Almacén, un caserón del siglo XIX rehabilitado por César y su equipo, abierto como laboratorio cultural autogestionado en 1974. Fue vanguardia pura. Por aquí pasaron Brian Eno, Pedro Almodóvar o Rafael Albertí entre otros muchos. Se hicieron performances, se despachó pudín de batata de Soo y se vendieron libros de arte. En 1990 fue adquirido por el Cabildo de Lanzarote que ha conservado la estructura original del edificio, su galería de arte, El Aljibe, y la sala de cine Buñuel.
La brisa nos abre el apetito mientras rodamos hacia el Hospital Insular. Si Lanzarote cuenta hoy con una sanidad pública de calidad es, en parte, gracias al doctor Molina Orosa, que se empeñó en que las medicinas y las operaciones quirúrgicas fueran un derecho básico para toda la población. Aquel revolucionario médico falleció en 1966 y dos años después César diseñó en su honor una escultura hecha con basalto y hierro, ubicada en los jardines del primer Hospital de la isla.
Atravesamos Puerto Naos, dejamos atrás la Escuela de Pesca, los bares que jalonan el puerto, las antiguas salinas y llegamos, después de una cuesta importante, al Castillo de San José, una fortaleza del siglo XVIII, concebida para defender Arrecife de los piratas, que César convirtió en uno de los primeros y más ambiciosos centros de arte contemporáneo de España. Descender por la escalera de caracol de su interior, de factura manriqueña, es como internarse en el vientre de un organismo nuevo para la ciencia. Mención especial para las lámparas-botella que adornan el restaurante y la cristalera panorámica frente a la que tomamos sitio para comer.
La ruta manriqueña por Arrecife confirma nuestras sospechas: la visión de César fue telescópica. Fue un experto en mirar más allá, una persona con un pie puesto en los sueños y el otro, en la vanguardia.
¡Brindemos para que su ánimo nos siga inspirando! 😊 🍷